El agua limpia y antigua funda la quieta transparencia de los lagos, el caudal saludable de los ríos, el azul sin tiempo del mar. El agua de colores infinitos, primigenia y esencial,   ineludible principio de la vida, logra un significado distinto cuando se la elige como pretexto de un viaje.

Nos dejaremos llevar por el agua, para que nos cuente historias de ciudades, de islas, de acantilados y costas, de ríos que se extinguen abrazando el mar o de canales que, de una vez y para siempre, se transformaron en calles. Calles de agua, como las de Venecia; islas donde el vidrio se infla en mil formas y colores, como pompas de jabón; ríos que mueren creando una vida hermosa y dulce antes de encontrar el mar en un Delta, el del Po,  fértil y acogedor; canales embellecidos por arquitecturas ideales, y acantilados vestidos de verde antes de desaparecer en el mar de Liguria. Ideogramas de un recorrido nuevo, emocionante; alegorías de una belleza que solo espera espíritus sensibles, propicios a la excéntrica, por infrecuente, ansia de descubrir.